viernes, 25 de agosto de 2017

NI EL BAILE DEL FINAL

NI EL BAILE DEL FINAL

El médico de Rodolfo fue claro, le quedaban algunos días de vida. Pocas sentencias resultan tan amargas al oído humano, y no todos están en condiciones de recibir tamaña aseveración.
Salió de la clínica, bajó por las empinadas escaleras y tomó por Passeig de Gracia con paso decidido. Cruzó Plaza de Catalunya observando con admiración unas pequeñas flores amarillas y rojas que decoraban la fuente de agua. Se sintió atraído por esos chorros elípticos y anárquicos, debían ser muy refrescantes. Sin embargo, no podía hacerlo allí, había que esperar hasta llegar a la Barceloneta. Los agentes de la Guardia Urbana serían muy severos, rigurosos. Y más aún con ese tipo de cosas, mejor ni pensarlo.
Reanudó su marcha, aún le faltaban unas cuantas calles para tocar la arena. El verano catalán es implacable, y más aún con los sexagenarios que se atreven a dar paseos durante el mediodía. Pero estaba decidido a hacerlo, era cuestión de llegar a la playa.
Lo soñaba desde la adolescencia, pero jamás se había atrevido a vencer los mandatos sociales de su época, ni tampoco sus propios pudores y recatos. Esta vez lo haría, nada tenía que perder, quizás en unas semanas dejara de existir, quizás en menos. Nadie recordaría al viejito que bailó solo y totalmente desnudo en la playa más famosa de Barcelona.       
Mientras se deslizaba por las aceras candentes iba imaginando el momento, saboreando algunos detalles. Notó que una sonrisa se dibujaba en su rostro. Que sencillo que resulta regalarse buenos momentos, instantes de felicidad, fugaces intervalos en un mundo dominado por la vorágine de la utilidad.
Faltaban pocos metros, ahí adelante se asomaba el Passeig Maritim. Ya podía sentir la brisa refrescante en su rostro. Recordó esos paseos con Susana, en los primeros años de noviazgo, tomados de la mano y con la espuma de las olas colándose entre los dedos de los pies. Pensó que sería una de las cosas que debería hacer en esa semana. La pasaría a buscar por la oficina y la llevaría engañada, sería una sorpresa. Le iba a encantar. Era una manera de asegurarle un recuerdo imborrable para cuando él ya no estuviera.
No podía detener sus pensamientos, el vértigo se apoderaba de sus ideas. ¿Había sido Susana el amor de su vida?. ¿Podría ella formar pareja nuevamente?. ¿Era momento de preocuparse por ello?.
Cruzo la calle sin mirar, como un autómata sin control. Su cuerpo se movía al ritmo de sus ideas. No existían los otros, los entes, el afuera.

Un bus de la Línea 59 lo embistió a toda velocidad. El cuerpo de Rodolfo salió despedido fugazmente. Decenas de cabecitas indiscretas se asomaban por las ventanillas. Algunos hurgaban los bolsillos y carteras en busca de sus móviles. Otros descendían indiferentes, como dando continuidad a un momento inexpugnable. Pensando quizás en dar un paseo con su pareja por la orilla del mar, o por qué no en disfrutar de algún paso de baile sobre la arena, luego de quitarse las prendas.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario