ALMA
A FLOTE
Los que alguna vez
visitamos a Cuba -esa bella isla caribeña que carga sobre sus hombros un gran
orgullo patriótico y un innegable protagonismo en la historia del Siglo XX-
notamos de inmediato que se trata de una tierra en que las cosas se viven
apasionadamente.
De esas pasiones se
enamoró el escritor norteamericano Ernest Hemingway, al conocer la tierra de
los habanos y el Ron cuando ya empezaba a despedirse la convulsionada década del
´20.
Desde su Finca “Vigía”, a
las afuera de La Habana, Hemingway escribió una de sus mejores obras, la novela
“El Viejo y el Mar”. Cuentan sus allegados que el norteamericano disfrutaba de
largas incursiones de pesca desde la Localidad de Cojimar, y que podía pasarse
horas tomando un mojito y contemplando un horizonte rebosante de celestes,
formado en la exacta intersección entre el mar y el cielo caribeño.
El pueblo cubano, en
general, recuerda con gran cariño y admiración a Hemingway. Esto no llama la
atención de los que hemos caminado entre las callejuelas de la Vieja Habana.
Ellos gozan de una sensibilidad extraordinaria y se permiten tener “próceres”
foráneos, provenientes incluso de un país que no les ha hecho las cosas
sencillas. Están muy seguros de lo que son y de lo que valen, y no renegarán de
aquellos “obsequios” que el destino les ha entregado. Ni de la prosa del
escritor norteamericano, ni del legado posterior de otro extranjero que, casualmente,
compartiera su nombre de pila.
E.E.M.
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